Fragmentos ( parte I )

Y ahora no había modo de llamarse a engaño, yo había vuelto a mi silla y él estaba de pie detrás de ella y su rodilla izquierda se había adelantado y me tocaba el muslo derecho con un desvergonzado apremio que yo nunca habría creído posible; al mismo tiempo, seguía hablando con fluidez sobre su tema:

-Estudié el Manual de Orictognosia del señor Del Río, que me familiarizó con los principios de los métodos mineros de Freyberg - dijo, y su mano se deslizo hacía abajo por mi brazo y se detuvo sobre la piel de mi espalda, entre mi chal y mi escotado vestido de raso-... un procedimiento anticuado en que usaban el sublimado corrosivo, el cardenillo y la sal, en vez de las sales de mercurio y de cobre -explicó el conde, y su mano empezó a acariciar mi hombro desnudo de un modo que me hizo crepitar por dentro como cuando vierten aceite en un horno caliente-... creo que fue Vanocio Biringuccio quien lo descubrió por primera vez en un opúsculo publicado en Venecia -informó el conde, y su rostro seguía tan impasible, tan pleno de altanera reserva, como si el hombre que disertaba sobre la historia de la amalgama y el hombre que acariciaba secreta, experta e impertinentemente mi piel desnuda fuesen dos personas distintas.

Sentí que su mano se paseaba por todo mi cuerpo: me veía agraviada, indefensa y paralizada, dolorosa y dulcemente, por la enormidad de aquel desvergonzado contacto.

Del libro:
El ángel sin cabeza.
Vicki Baum

1 comentarios:

  1. Anónimo dijo...

    "...su mano se paseaba por todo mi cuerpo: me veía agraviada, indefensa y paralizada, dolorosa y dulcemente, por la enormidad de aquel desvergonzado contacto".

    Que descaro de esa zorra ^_^

    qué clase de libro es ese!!